domingo, 7 de enero de 2007

Un miércoles de viernes en pleno domingo

Casi llegué a pensar que me había equivocado, pero fue inútil refugiarme en esa idea, ya estabas deteniendo tu simpático caminar (aunque he de decir que hubo un tiempo en que no me gustaba para nada) y retrocediendo para que yo te de alcance, comprendí inmediatamente tu propósito y crucé la avenida, estabas lindísima aunque sobra decirlo; yo, he de aceptarlo, aún cargaba encima los efectos del vaso de pisco que acababa de tomarme hace quince minutos y casi cometo la locura de besarte en los labios (no imaginas cuanto autocontrol tuve que ejercer para no hacerlo) he de decir que me fue casi irresistible verte así de linda y después de una semana y en pleno domingo de un miércoles de viernes, te pregunte que hacías, tu respuesta me abrió una puerta que yo había cerrado desde el comienzo, y pues no podía creer que estaba haciendo lo que generalmente hago a solas, conversaba contigo un día que yo suponía el más desgraciado de toda la semana, tú sabías bien que me refería a las tardes del domingo, conversamos y conversamos, fuimos a la puerta de tu casa a avisar a tu madre que estabas conmigo para que no se preocupara por el hecho de que su preciosa hija no regresara de comprarse algún dulce, y contra todo pronóstico seguimos conversando, seguimos a pesar de que tu tía paso frente a nosotros tres veces y a la cuarta te llamó e hizo que entres a tu casa, entraste pero me pediste que te esperara un momento, faltaba más (yo te hubiese esperado hasta el 11 de marzo del año pasado si fuese necesario), y volviste a salir y volvimos a retomar la conversación, sinceramente no imaginas mi agradecimiento por este hecho, seguimos con la charla, yo soñaba ingenuamente con no acabar nunca, pero ninguno de los dos había almorzado y llegó la hora de que tuvieses consideración por mí y de que yo comprendiese que estabas teniendo consideración conmigo aunque yo no la quisiese y a pesar de saber que hubiese mandado bien lejos mi almuerzo porque era el culpable de la consideración que me estabas teniendo y por la cual te estabas despidiendo de mí, acepte el hecho y pues nos despedimos, yo tambien tenía que tener consideración contigo, eran casi las seis de la tarde y no habías almorzado, contra mi voluntad y con toda tu consideración diciendome adiós, tuve que decirte adios, pero me olvide de decirte dos frases y de pensar una en el mismo momento que cruzabas la puerta de tu casa regalándome un adiós con la mano: Cuidate mucho, Adios, y Te quiero mucho.

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